sábado, 23 de mayo de 2009

"La Cabaña": un vodevil en la selva

En 1957, La Metro Goldwyn Mayer decidió adaptar una obra teatral del dramaturgo francés André Roussin, "La petite hutte", una comedia de equívocos sexuales con triángulo amoroso incorporado que había resultado un éxito en los escenarios parisinos en 1947 con más de cinco años de permanencia ininterrumpida, siendo asimismo un clamoroso triunfo en la escena londinense en 1951. Con este importante currículum a sus espaldas, la MGM estaba convencida de que la adaptación al cine del vodevil de Roussin sería el taquillazo del año, y para ello encomendó los papeles principales del reparto a tres grandes nombres de su nómina, Ava Gardner, Stewart Granger y David Niven para que fueran las esquinas de este peculiar billar a tres bandas. La dirección se encomendó al realizador Mark Robson que se repartió, asimismo, las tareas de producción con F. Hugh Herbert, el cual iba, además, a sacar adelante el guión que narraba las vicisitudes de un matrimonio -Gardner y Granger- que naufraga en una isla desierta junto a su mejor amigo -Niven- quien tratará de convencer a la pareja de que, en semejante tesitura, lo justo sería compartir a la esposa.
"La Cabaña" es, decididamente, una de las películas que Ava Gardner nunca debió hacer. No está muy claro a quien se le ocurrió la peregrina idea de convertir a la actriz en una dama de la alta sociedad británica que utiliza al mejor amigo de su marido -y antiguo pretendiente de ella- para recuperar el romanticismo perdido en su relación conyugal. Pese a que Gardner había ofrecido un excelente registro cómico en 1953 con su personaje de alegre corista en "Mogambo", papel por el cual fue nominada al Premio de la Academia a la Mejor Actriz Principal, la imagen que de ella tenía asumida el público se hallaba más cerca de los papeles de fuerte carga emocional e intensidad dramática que de este improbable y naïve personaje, del cual otras actrices como Doris Day o Rosalind Russell hubieran extraído el máximo partido. Ni siquiera a la Metro se le podía antojar que Miss Gardner, encarnación del mito de la "generación perdida" hemingwayana y símbolo del más americano glamour, pudiera representar a una encopetada lady inglesa que toma el té a las cinco en punto en el Foreign Office. Así, al principio de la película, el tema se zanja con una frase pronunciada por una de las actrices británicas del reparto, Jane Cadell: "Es maja para ser americana". El caso de Stewart Granger se puede inscribir en la misma perspectiva. Acostumbrado a papeles heróicos en grandes películas de aventuras ("Las Minas del Rey Salomón", "Scaramouche", "El Prisionero de Zenda"), aparece, lo mismo que Ava Gardner, un tanto desubicado entre la selva de cartón-piedra y palmeras de atrezzo que sirvió de set para el rodaje del film. Únicamente David Niven, actor de consolidada vis cómica y ducho en asuntos similares, salva la papeleta con un tímido aprobado. No se trata, por supuesto, de poner en entredicho la capacidad actoral de ninguno de los tres protagonistas, ya que el verdadero problema de "La Cabaña" es la flojedad de un guión que cojea desde el principio y la baja calidad demostrada por una producción descuidada, en la cual el único elemento que se mimó -casi se podría decir que en exceso, dadas las circunstancias- fue el vestuario de la estrella femenina, diseñado personalmente por Christian Dior en su atelier de París en exclusiva para la Gardner, y que hizo correr ríos de tinta en las revistas de moda internacionales.Otra cuestión importante que justifica el bluff representado por el film en su estreno internacional fueron las cortapisas impuestas por la Metro al guión de la película, del cual se eliminaron los aspectos más eróticos de la obra original -pieza clave en el éxito teatral- y se suavizaron los diálogos, aligerándolos de la carga picante y explosiva que tenían en el texto de Roussin. A pesar de todo, en España -por descontado- la película ni siquiera llegó a estrenarse, escandalizada la censura franquista por su "abierta glorificación del adulterio". Por otro lado, la presencia del actor cómico italiano Walter Chiari -que en esos momentos mantenía una relación sentimental con Ava Gardner, y al que ella impuso en el film- en un papel cercano al más espantoso ridículo tampoco ayudó a que el asunto reflotara.

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